domingo, 25 de novembro de 2018

Cuatro días en la nieve y una churrascada en el Xalo

No se trataba del viaje de Sam y Frodo al Monte del Destino en el Señor de los Anillos, pero casi. Me propuse hace meses visitar la zona pirinaico aragonesa y más concretamente el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, puedo decir no sólo que ha merecido la pena sino que es una experiencia que no olvidaré. Pero como digo en mis crónicas, empecemos por el principio.
Aciaga se presentaba la previsión metereológica, pero ahora no había vuelta atrás así que el lunes rapté un avión el Alvedro con destino a Barcelona donde pasaría la noche antes de recorrer los casi trescientos quilómetros que me separaban de Viu, mi destino. Había, ya hace meses, alquilado un duplex en Casa Bergua, y creo que fue un acierto total. Pero el viaje, en coche de alquiler fue como la Odisea de Homero. Confiado después de una gran parte de autovía llegué a Aínsa donde los termómetros marcaban -1 grado. Hacía frío, paré a comprar provisiones en el Día y comerme un pedazo de pepito de pollo y seguir mi ruta. Fue dejar Boltaña y empezar a subir, al principio sólo curvas, precipicios, barrancos, ohhhh....que bonito...poco a poco empezó a aparecer el blanco, primero con timidez pero poco a poco sólo seguía las marcas de los neumáticos de mis predecesores. Ni rastro de las máquinas quitanieves, iba en segunda, subiendo y aquello ya era nieve de verdad, despacito e intentando no pisar el freno llegué a Broto. Aquello era un paraíso pirenaico, si no fuera porque yo estaba metido en un coche que no controlaba y la carretera estaba imposible. Pero un gallego nunca se detiene, así que me quedaban cuatro quilómetros, no era plan quedarme aquí, el puerto de subida estaba abierto, así que tiramos. El caso es que un flipado detrás mía, supongo que militante de esta tierna región, se le dió por adelantarme, e  que non hai sentido pensé, y unos cientos de metros más allá y después de una curva me lo encuentro cruzado en el medio de la carretera. Como ya le dije a alguién no se ni lo que hice, pise el freno de pie(agua), el de mano (agua), freno motor (agua), casi saco el pie tipo Mr Bean para frenarlo pero la suerte quiso que me cruzara yo también y quedara a escasos metros del bellaco de delante. Después de doscientas maniobras sobre la nieve para enderezar el coche, sudando bajo la nieve, conseguí reanudar la marcha. Esto sólo me puede pasar a mi- pensé. Un infierno blanco de dos quilómetros después llegué a mi destino no sin dificultades pero con esa sensación de alivio que te llena cuando hacía solo minutos lo veías todo negro. Alli me esperaba calefacción, wifi y una casita para mi solo. Eso sí, primer día y ni wifi, ni teléfono ni nada. Al rato, Enrique, el dueño me vino a explicar que la nevada era de las primeras de la temporada, que había cogido en bolas a todos, a las máquinas quitanieves, a ellos, a los del tiempo, y se había cargado todas las comuniciones. Empezamos bien Rober. Como compensación y al explicarle que mi idea era hacer rutas me acercó a ver el principio de una y decidí que al día siguiente ese sería mi destino.
Se trata de la ruta del Sorrosal. Imperdible si venís, desconocida totalmente, pero para los que tengais wikiloc ya no hay perdida. La empecé al revés por el camino fácil, que subía desde los Mil metros más o menos en los que nos encontrábamos a los casi 1800 del refugio de la Jaya, mi destino. La subida era progresiva, tanto en altitud como en nieve, descubrí una cosa, que cuanta más nieve mejor se anda, eso sí, hasta que te llega a la rodilla que ahí ya se hace difícil. No llevaba nada, ni bastones, ni raquetas ni crampones, es que no me cabía nada en la maleta de mano. No me hicieron falta. Al llegar arriba sólo se veía blanco, era tan bonito ver las montañas nevadas, la nieve cayendo, que sólo podía abrir la boca asombrado y sacar fotos, claro. Paré a descansar en el refugio, dónde unos amables guardas acababan de irse y dejado los rescoldos de un fuego nocturno. Calentito, pensé que ahora sólo me quedaba bajar y lo bonito que hubiera sido poder ir desde allí a la Tendeñera y a los colmillos de la montaña de Ato, pero si no se puede casi llegar aquí imaginaros a más de dos mil metros. Habrá que volver, pensé. Ahora el principal problema radicaba en encontrar el camino de bajada de la ruta, que al hacerla al revés ya no es tan fácil. Me asomo y sólo veo caídas libres hacia el valle y no veo ningún camino que seguir con claridad, sopeso la posibilidad de volver por donde vine, pero como viene se va, rendirse jamás. Veo un pequeño riachuelo que baja la montaña y decido acompañarlo, eso sí, con el culete bien pegado a la nieve, y voy bajando rebotando y disfrutando, para que engañaros. Cuando llego abajo y miro hacia arriba pienso que como tenga que volver voy de culo. A partir de aquí mera intuición, siguiendo el valle hacia abajo y buscando el cauce del río Ara. Y la suerte quiere premiar mi osadía con una Cola de Caballo de la que no se ni el nombre. Es un espectáculo tan grandioso que me quedo como un tonto un buen rato allí entre nieve, hielo, agua y la naturaleza en estado puro. Me doy cuenta que con aquella cascada empieza el cauce del río, así que a partir de aquí todo es más fácil, sigo ya el camino que se empieza a ver entre la nieve y a pesar de algún que otro resbalón sin importancia llego a la segunda cascada, esta sí, de la que tenía referencias. Ahora el camino baja paralelo al río, por la senda del soaso, ya en dirección a Linas en una bajada espectacular en la que el blanco de la nieve, el marrón del otoño y el verde de la naturaleza se mezclan formando una amalgama difícil de olvidar. Llego al puente de A pasata riendo solo, feliz y de allí al final, nuevamente acompañado por las vacas, fieles amigas, hasta Viu. 17 kms y casí 2000 de desnivel. Para ser el primer día no está nada mal. La lluvia está empezando a remitir y para el día siguiente dan buen tiempo con lo que podré cumplir mi sueño de ir a Ordesa.
A las nueve como un reloj estoy en la entrada del parque. Sólo hay currantes y guardia civil. Primera mala noticia al entrar, la senda de los cazadores y la faja Pelay están cerradas ya qeu es imposible ir por allí sin matarse. Una pena, pero tenemos la ruta clásica, la que va de la pradera de Ordesa hasta la Cola de Caballo. Allí me dirijo, sumido en mis pensamientos y mis dudas existenciales. Al principio sin casi desnivel pero poco a poco cogiendo altura y empezando a ver el manto blanco. La primera sorpresa las Cascadas de la Cueva y el Estrecho. Es en esta última donde hago una maldad. Me salto las barandillas que separan donde se puedo y donde no se puede pasar, no hagáis esto nunca niños, y con cuidado bordeo las piedras, cruzo el río y llego a la base de la cascada. El que no haya estado allí no entenderá lo que supone esa visión, pero estar allí, tan cerca, viendo como cae, como brota el agua del cielo infinito, como se mete en la cueva y así eternamente, supone algo incomparable. Tras un rato en extasis decido que aún me queda mucho por ver así que sigo subiendo, cada vez con más nieve a mis pies, al principio siguiendo la senda de los vehículos se anda, pero poco a poco se complica, antes de llegar al Circo de Soaso veo los carteles de peligro de aludes, la suerte es que hace buen día, pero el Sol no lo está petando. Y remontando ya el río me encuentro a un montón de gente, Guardia Civiles, trabajadores del parque, montañeros, todos juntos y me piden que les saque una foto junto a una placa. Yo lo hago encantado y al despedirme me dicen que voy a ser el primer montañero en cruzar la placa que desde ese día conmemora el Meridiano cero y los cien años del parque. Yo me siento genial aunque les digo que para montañero me quedan muchos años por delante. Continúo, ahora subida por hielo, nieve, escaleras.....se hace duro. Y llego al circo de Soaso. Espectacular. Un valle enorme, pero esta vez es un valle blanco. Casi no se ve, pero al fondo está nuestro destino. En cuanto avanzo un poco me doy cuenta de que no será tan fácil. La nieve esta por mis tobillos y cada paso se hace más difícil. Así hasta un refugio a medio camino que viene genial para descansar, beber un poco de agua y pensar. Tengo que llegar a la cola de caballo como sea, pero se está haciendo difícil. Sigo avanzando, tan despacio, eso o la distancia era mucho más de lo que pensaba. Hay zonas donde la nieve llega casi a la rodilla. Voy siguiendo el camino a duras penas y finalmente consigo llegar al final del circo y escondida, tímida, en un rocodo del camino, me espera ella en todo su esplendor, y de repente todo el cansancio, el agobio, e frío, se va de repente y sólo tienes ganas de tocarla, me mojarte con ella, de vivir aquel momento único y saber que pese a todo, lo conseguiste. Me siento sobre la nieve, total, ya no siento el culo, y allí me tiro un buen rato pensando.
Bajar, a pesar de  tener que volver a recorrer los casi dos quilómetros y medio de circo nevado, se hace más fácil, sin sacarme la sonrisa, cuando soy capaz de levantar bien las piernas me pongo a correr por la nieve, qué bonito, como mola, y así hasta la bajada por escaleras que ya la hago rápido pero con sentidiño. Es aquí donde empiezan a aparecer turistas, yo pienso que son las doce largas de la mañana y que a las cinco y media es de noche, la gente a veces por no madrugar no es muy consciente. La bajada no sólo es rápida, es espectacular. Un trail aquí tiene que ser un lujo , lo que disfrutaríamos haciendo esto a toda leche. Me queda la pena de no poder volver por la otra ruta, pero lo dicho, que habrá que volver.
Al día siguiente el mal tiempo vuelve a reinar y otra vez me levanto con un manto de nieve que todo lo cubre, así que bajo a Broto a visitar la Cascada del Sorrosal, preciosa y muy accesible,  a tomarme un café y analizar todo lo analizable, dejar volar los sentimientos. Cuanto más alto menos aire llega al cerebro no?. A mi me llega para poder darle una vuelta a todo el mundo de los vivos.
No fui capaz de visitar a mi querido Monte Perdido, la montaña calcárea mas alta 3355 metros, sólo verla de soslayo, pero me voy con la inmensidad por bandera y dándome cuenta de lo insignifacante que ante ella son nuestros problemas mundanos. Quizá si relativizaramos todo un poco e intentásemos ser más felices y hacer más felices a los que nos rodean todo iría mucho mejor. Os lo dice alguién, los que me conoceis lo sabéis de buena tinta, que está pasando un momento pésimo, rodeado de desastres y negativismo , pero que se niega a no darle una sonrisa a la vida. Algún día la suerte cambiará.
Pero este día no sería al día siguiente, fecha de mi vuelta, asi que segundo retraso de mi avión y ya desechada mi participación en la carrera nocturna del Xalo al menos llegar para el churrasco, digo yo. Otra odisea de vuelta, pero eso sí, esta vez cumpliendo tiempos aproximados llegué a Coruña a las diez de la noche y corriendo para Castelo. Allí estaban mis amigos Oscar, Feli, y Lupe, mi amiga Lupe, otra vez ganadora, conste que poco antes de empezar la carrera le había dicho que iba a ganar y sacarle seis minutos a la segunda. Acerté, lo del tiempo de potra, pero acerté. Una cervecita, una ración de churrasco, bolla, café, un recinto aclimatado, Rosa, Manuel, Gelo....poco más se puede pedir, acabar las vacaciones rodeado de amigos te ayuda a dejar atrás la visión de que el lunes volverás al trabajo con muchas cosas que cambiarán después de tres semanas y la certeza de que posiblemente sean los últimos meses junto a estos compañeros. Me apena, pero me gusta ser realista y afrontar siempre, valga la rebuznancia, de frente, los problemas. Cuando un camino se cierra, y eso lo sabemos muy bien los de la montaña, siempre habrá otro para seguir avanzando, y el miedo rara vez nos arreda de nuestro destino. Un destino muchas veces caprichoso, que se empeña en poner piedras bajo nuestros pies pero con la ayuda de la luz de los que nos rodean siempres seremos capaz de sortear.
Cuatro días preciosos en la nieve de Ordesa y el Monte Perdido y un final de fiesta en la churrascada del Xalo. Mereció la pena.













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